Las puertas tienen algo. Hoy me he visto frente a este bello pomo, mirándolo fijamente pero sin tocarlo. He querido parar unos segundos el minutero, aunque sé que no puedo. He querido tener el tiempo que normalmente no tenemos antes de avanzar, porque la inercia, el instinto de supervivencia -bendito sea tantas veces- la prisa, la desazón o el automatismo, pueden más. He querido entender a dónde voy y de dónde vengo. Y no, no me refiero al principio de los tiempos ni a cuestiones divinas, sino al aquí y al ahora. ¿Qué hago aquí? Porqué hago lo que hago, qué sentido tiene, -para el mundo, para mí-, estar donde estoy y seguir en esta dirección.
¿Cuántas preguntas por una puerta, verdad?
Pero, ¿cuántas veces nos preguntamos y, aún más, nos escuchamos responder sinceramente? Cuántas veces nos permitimos el análisis interno desde la compasión y las ganas de aprender y crecer, para ver si las dudas, los miedos, las motivaciones, los objetivos y las reflexiones, han evolucionado con el paso de los meses. Ese trabajo y ese crecimiento interno que nadie más que nosotros ve y que, por lo tanto, nadie más que nosotros mismos podemos calibrar. Hemos cruzado muchas puertas, dejándolas atrás, y tenemos otras tantas frente a nosotros. Hacemos pequeñas y grandes elecciones cada día que, a veces, descolocan alguna pieza por dentro. Cambiamos. Así que, en esa toma de decisiones, ¿eres fiel a ti mismo, eres honesto contigo mismo? ¿Qué te mueve, la desesperación, el agradar, el conformismo, la pasión, el amor…? Y ahora, ¿qué quieres, en realidad, que te mueva? Aquel tú que fue hasta la puerta puede no ser el mismo que está frente a ella y, por eso, estaría bien que decidieras darte media vuelta. Que te reconocieras en el cambio y la evolución y te dieras apoyo, actuando en consecuencia. O quizás, precisamente porque ya no eres el mismo, también podrías dejar de titubear, tomar ese pomo dorado y cruzar a por la siguiente.
Porque el reto -y también lo bonito en esto de la vida-, es que siempre habrán más puertas.
CC
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